Perder a alguien que amamos, una mascota, una relación, o incluso una etapa, es una de las experiencias más profundas, desestructurantes y sagradas que podemos vivir.
El duelo, a menudo, es malinterpretado: se espera que lo "superemos" pronto, que no "nos quedemos ahí", que seamos fuertes. Pero lo cierto es que el duelo no se supera... se atraviesa. Y en ese tránsito puede abrirse una de las puertas más honestas hacia el autoconocimiento y la transformación.
Desde ALUNA, quiero invitarte a mirar el duelo no solo desde el dolor, sino también desde la conciencia. En este artículo lo integramos desde distintas dimensiones: la biología del cuerpo, la psicología del alma, la sabiduría espiritual y el coaching como guía compasiva que acompaña, sin imponer.
Desde la neurociencia sabemos que el dolor emocional y el físico comparten rutas neuronales. El duelo activa regiones como la corteza cingulada anterior, asociada al sufrimiento físico, y altera la producción de dopamina (motivación y placer), oxitocina (vínculo afectivo) y cortisol (estrés), generando sensaciones de vacío, ansiedad, fatiga, insomnio o pérdida de apetito.
Estos cambios biológicos no solo explican cómo nos sentimos, sino que también revelan cómo podemos ayudarnos. El ejercicio físico, por ejemplo, favorece la liberación de endorfinas y serotonina, lo cual mejora el estado de ánimo y reduce la ansiedad. La respiración consciente o la meditación activan el sistema parasimpático, ayudando a calmar el cuerpo y equilibrar el sistema nervioso. El contacto humano y la expresión emocional favorecen la regulación del sistema límbico, reduciendo la sensación de amenaza.
El cuerpo en duelo necesita tiempo y cuidado. Intentar funcionar como si nada hubiera pasado es ignorar la dimensión biológica del dolor. Aquí es donde el autocuidado se vuelve sagrado: descansar, alimentarte bien, moverte, respirar, meditar y darte el permiso de sentir y descargar la emoción. Son actos fisiológicos que no solo sostienen, sino que abren paso a la sanación.
El duelo es una reacción normal y adaptativa ante la pérdida de algo o alguien significativo. El modelo de Kübler-Ross propone cinco fases. Aunque no siguen un orden rígido ni todo el mundo pasa por todas ellas, cada una cumple un propósito emocional y energético.
Transitar estas fases sin prisa y a tu ritmo permite que la emoción se descargue en lugar de quedar retenida en el cuerpo. Cada una de ellas ofrece una energía distinta que, si se permite sentir sin juicio, puede convertirse en una aliada para avanzar.
Y aquí, de nuevo, el autocuidado es medicina, tal y como explica el modelo de afrontamiento dual. Lo importante es no quedar anclado en una fase, ya que cuando el duelo se estanca, puede convertirse en tristeza crónica, ansiedad o bloqueo relacional. Se trata pues de asegurar tanto los momentos que nos permiten sumergirnos en la vivencia de la pérdida, como aquellos que nos enfocan en la reconstrucción de nuestra vida.
Como hemos visto, sentir y moverse son aliados: socializar, hacer ejercicio suave, practicar la respiración consciente, expresarte con alguien de confianza o permitirte llorar con presencia. El cuerpo y el alma saben cómo soltar, si les damos permiso.
La espiritualidad es una dimensión humana universal, seamos o no personas religiosas. Desde esta mirada, el duelo no es una desconexión total, sino una transformación del vínculo. El cuerpo muere, o la relación cambia, pero ese lazo de amor no desaparece: cambia de forma, se vuelve presencia, intuición, aprendizaje.
La pérdida que nos genera tanto dolor, ya sea de una vida, de hogar o trabajo, de pareja o amistades e incluso de aspectos de un@ mism@ o etapas vitales, puede convertirse en nuestra maestra. Su misión, incluso en su ausencia, puede estar cumpliéndose: despertando algo en nosotr@s, invitándonos a crecer, a confiar y, para algun@s, a abrirnos a lo invisible.
Desde esta perspectiva, el duelo es también un puente. Nos conecta con dimensiones más sutiles del amor, con la humildad de no controlarlo todo, con la posibilidad de vivir con más verdad.
Así, habrá quienes busquen crear ese espacio especial donde sentir y expresar sus emociones. Otr@s optarán por meditar en sus creencias, escribir cartas, practicar la creatividad artística o realizar actos o rituales para rememorar y honrar lo vivido. Todo es válido y sanador: unicamente necesitamos escuchar nuestra voz interior y abrirle paso.
Desde el coaching, el duelo no se resuelve: se acompaña. No hay consejos universales, ni fórmulas para "cerrar el ciclo". Hay presencia, hay escucha, hay espacio para que lo que duele se exprese sin ser corregido.
En vez de preguntarte "¿cómo lo supero?", el coaching te invita a explorar:
El coaching no te empuja. Te ofrece una linterna para mirar hacia dentro, a tu ritmo. Para redescubrirte. Para integrar. Para honrar lo vivido, sin que eso impida vivir lo nuevo.
Por último, considero imprescindible poner en valor la falta de recursos que podemos sentir, también como compañer@s de viaje de ese ser querido que atraviesa este momento de cambio transformador.
Y es que, si bien es importante que el doliente sepa que cuenta con apoyo desde el primer momento, respetando su proceso y sus tiempos, much@s de nosotr@s podemos sentirnos impotentes o insegur@s sobre cómo demostrarlo: no sabiendo qué decir o con miedo de hacer más daño.
Socialmente hemos aprendido a minimizar el dolor, invitando a "ser fuerte", a "no llorar", a que "la vida continúa"...
Somos much@s l@s que tenemos que aprender a relacionarnos con este proceso desde otro ángulo, mostrándonos disponibles y empáticos, asumiendo que no encontraremos palabras que alivien su dolor, pero sí que lo sostengan, con presencia:
Una escucha. Un silencio. Un abrazo. Un "estoy aquí, a tu lado".
Este proceso puede ser el inicio de una nueva relación contigo mism@. De una comprensión más profunda de lo que significa estar viv@ y compartir con otr@s lo que aún vibra en ti.
El duelo no es el final del amor. Es su extensión infinita. hacia lo que ya no está, hacia lo que permanece, hacia lo que está por llegar y, sobre todo, hacia nosotr@s mism@s.
¿Y si en vez de buscar cerrar el duelo, aprendemos a caminar con él… como quien lleva una flor entre los dedos?
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